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Estaré aquí hasta que sea posible pedir asilo político en la Luna

6.19.2007

Despedida de Iberia

No, aunque pudiera parecer que hablo de mi adiós a "este país", me refiero a esa compañía de vanguardia en el mundo de las aerolíneas que desgraciadamente sigue siendo casi monopolística en España. Podría hablar del calor húmedo e insoportable que hace aquí, de mi reencuentro con mis anfitriones Emma y Greg, de lo mucho que voy a echar de menos a mucha gente, de mis perspectivas y sueños en esta aventura laboral y personal, y de otras muchas cosas, pero no. Mi primer instinto al llegar aquí es acordarme de los antepasados de algunos de mis compatriotas.

Hace poco tuve la grandiosa oportunidad de disfrutar de las excelencias de Air France, y gracias a su mal trato, poco espacio e impuntualidad estuvieron a punto de reconciliarme con Iberia. No es que me diesen ganas de tatuarme su logotipo en la cacha, pero al menos me gustó pensar que en todas partes cuecen habas. Pero el vuelo que me trajo hasta Washington logró devolver a la "compañía de bandera" a lo más alto de mi ránking particular de las peores aerolíneas del mundo.

El poco espacio y la impuntualidad los daré por supuestos, y obviaré también que la pintura y el logotipo del fuselaje son tan de posguerra que un Airbus 350 nuevecito parece un B-52 reciclado que da cosa subirse. La alegría de la huerta es el personal de cabina. En mi caso eran todas azafatas y de la vieja escuela, de esas que tienen la vida resuelta, contrato de por vida y que ya no se acuerdan de si cuando entraron en 1751 en la compañía hicieron o no cursillo, por lo que el bienestar del pasajero les importa menos que la final del campeonato interclubes de cricket de Gloucestershire, se pronuncie como se pronuncie.

Ya antes del despegue, la que repartía la prensa batió el récord mundial de los 100 metros lisos con "La Vanguardia" en las manos y tacones en los pies. No sólo no le extrañó que de 140 pasajeros por los que pasó ninguno llegase a pedirle un diario, ni que en recorrerse el avión de punta a punta le diese tiempo a decir sólo dos veces "¿prensa?", sino que cuando se lo hice notar para pedirle un ejemplar me respondió con una dulzura sin igual: "Noooo, si yo no tengo prisa, si hasta el miércoles no vuelvo a Madrid". Todo esto aderezado con su mejor cara de bulldog con úlcera, por supuesto. Espero que juntase los cupones para lo que regale "La Vanguardia" (¿una barretina con radio incorporada?), de lo contrario me veré obligado a pensar que lo hacía por joder.

A la hora de servir la comida llegó el momento estelar de la reencarnación de Clint Eastwood con falda. "Bajen las mesitas", nos conminó amenazante con palabra y dedo, que sólo le faltó añadir "de los cojones". Ya con el carrito, la pregunta fatídica: "¿Horca o crucifixión?". Así sonaba, aunque lo que literalmente decía era "¿pollo o paella?". Más de la mitad de los pasajeros eran estadounidenses, pero con la misma iniciativa con la que decidió suprimir el "por favor" de todas sus frases, ella solita dedujo que todos ellos sabían español y que tenían un doctorado en gastronomía ibérica. Qué raro, no fue así, y se vio obligada a explicar en varias ocasiones que se trataba de "chicken" o "spanish yellow rice". Lo de "arroz amarillo" debió tirar de espaldas a muchos, que entonces cometían el error de preguntar cómo estaba cocinado el pollo. "Al chilindrón", chúpate esa. La situación sería de lo más cómica si no fuera porque la azafata era ya la viva imagen de Anthony Hopkins sin bozal. Ya la oía: "Quid pro quo, Clarissssssssssse...".

Con esos comienzos, el vuelo fue de lo más plácido para el personal. Debieron de pensar que tenían el pasaje mejor hidratado de la historia, porque nadie se atrevió a pedir siquiera un vaso de agua. Todo el mundo simulaba que era capaz de ver la película en alguna de las pantallas de 15 pulgadas (¿Pantallas individuales? Naaaa, eso es ciencia ficción), no fuera a ser que te ladrasen por sacar medio pie al pasillo donde Su Majestad de las Profundidades pasaba revista a las tropas.

Afortunadamente, cuando llegó la hora de servir la segunda comida pasábamos por turbulencias y de inmediato empezamos el aterrizaje, por lo que no hubo oportunidad de que nadie se arriesgase a perder una oreja en el intento de averiguar si el pescado venía hervido, rebozado o cómo. Bien pensado, fue una lástima, porque si la mismo del pollo le pregunta qué es "merluza a la vasca", del primer bocado la afeita en plan María Estuardo. Un espectáculo para no perdérselo.

Una vez en tierra, los estadounidenses comentaban asombrados entre sí la maravillosa atención recibida, la perenne sonrisa de la mujer española y las ganas que tenían de volver a España para poder volar otra vez con Iberia. Alguno habló de felicitar a la jauría de azafatas e incluso pedirles la receta del pollo al chilindrón. No me quedé a verlo, pero deduzco que eso no venía en el "Follow Me", por lo que ese sí que debió llevarse el mordisquito.

Ya en la cola de inmigración, todo el mundo volvió a sonreír. Poco importaba que la espera fuera de más de una hora y media, que te obliguen a dar las huellas dactilares, que te tomen una foto como si entraras a la cárcel y te hagan unas preguntas en plan Superagente 86 que parece que quieren que confieses que copiaste en el examen de religión. Ya nos habíamos librado de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, y después de eso las cosas sólo podían mejorar. Ahora sólo espero que Iberia retire su vuelo directo Madrid-Washington y así ya no tendré ningún motivo para volar con ellos. Hasta prefiero ir vía París...